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viernes, 8 de junio de 2018

El Juicio Final de Antonio Salieri. Escena II


JUEZ: Se ha afirmado en numerosas ocasiones que la miseria de Mozart tuvo justificación en las innumerables trampas que pusiste en su camino, así como en diversas conspiraciones incoadas con la intención de que sus óperas no se representasen. Ahórrate decir que Haydn y Beethoven podrían haber sido también víctimas de tus tropelías, porque es bien sabido que ni uno ni otro podían competir contigo en la composición de óperas: sólo Mozart representaba un obstáculo en tu camino.

SALIERI: Las afirmaciones son ciertas, pero ¿quiénes son los autores de estas acusaciones? Wolfang y Leopold, obsesionados con que yo era el principal impedimento en su carrera ¿Y cómo podríamos rivalizar cuando llegamos a componer una Cantata juntos, cuando incluso llegué a ser profesor de uno de sus hijos? Y aun aceptando que hubiera rivalidad, ¿acaso no puede existir rivalidad entre los artistas? Fue Mozart, y no yo, quien dejó evidencia escrita acerca de sus diferencias con sus contemporáneos intérpretes y compositores. De Clementi escribió que era un charlatán y que tocaba el fortepiano sin sensibilidad. ¡Ahí tenemos otra vez a Mozart arremetiendo contra un italiano!

La mayor rivalidad tuvo su fundamento en un episodio al que Mozart y su padre dieron demasiada trascendencia. Resultó que la princesa Elisabeth Wilhelmine de Wurtemberg, prometida de Francisco II, había llegado a Viena en noviembre de 1781. La princesa requería con urgencia una educación musical elevada y tanto Mozart como yo solicitamos el puesto de profesor. El Emperador me eligió a mí por ser más hábil en la enseñanza del canto, pero también por gozar de un carácter más templado ¿Qué iba a hacer el Emperador? ¿Ofrecerle intimidad con su sobrina a un joven disoluto, enfermizo y amante del vino, a un muchacho desordenado y anárquico, que ya había dado muestras de desobediencia a sus patrones? El Emperador se ha puesto en mi camino escribió Mozart, porque no le importa nadie más que Salieri. Y aún cinco años más tardes persistían las teorías de la conspiración con motivo del estreno de Le nozze di Figaro. Escribió Leopold: Le nozze di Figaro será representada por primera vez el día 28; será muy significativo si resulta un éxito, pues sé que hay extraordinarias conspiraciones contra ella. Salieri y sus seguidores volverán a remover el cielo y la tierra. Existen muchas pruebas que dan fe de la manía persecutoria que en realidad tenía Mozart contra mí, y más bien tendría que haber sido yo, y no él, quien temiera el envenenamiento.

Mozart obtuvo al menos la gracia de ser nombrado Kammerkomponist, pero para entonces José II ya me había nombrado Maestro de la Capilla Imperial: mis asignaciones aumentaron y llegué a percibir algo más de dos mil florines al año, pues también mantuve mi puesto como Director Musical de los Teatros de la Corte. Créame, nunca he negado que los logros artísticos de Mozart fueran superiores a los míos, yo tenía talento, él tenía genio, nunca lo dudé; ambos codiciábamos lo que al otro le hacía destacar, yo le envidiaba a él, y él a mí.

Pero eso no justifica que quisiera apoderarme de su Réquiem. Esta historieta no es más que una reelaboración del mito impulsada por el dramaturgo Peter Schaffer y el cineasta Milos Forman. No les culpo, los compositores no tienen tiempo para labrarse una biografía llamativa; la mayoría suele ser un compendio más o menos divertido de las circunstancias en que se fraguaron sus obras. Así que si alguien quería hacer una biografía de Mozart debía salpicar la verdad con elementos arquetípicos, como es el caso, usted me perdonará, de Abel y Caín, un arquetipo con el que muchas veces se han identificado los personajes de Mozart y Salieri. En el arte la verdad no basta. 

FIN DE LA ESCENA II. ENLACE A LA ESCENA III.

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